viernes, 28 de febrero de 2014

Torturas

En el año 1931, siendo presidente de facto José F. Uriburu, Gerardo Valotta es detenido junto a otros oficiales por una supuesta insurrección contra el gobierno. Son torturados en la cárcel de Las Heras, cuyo director era Leopoldo Lugones (h.). (Extraído del libro "Historia de la tortura y el orden represivo en la Argentina", de Ricardo Rodríguez Molas.

En la acción represiva y en la aplicación de los tormentos colaboran, asimismo, el ex diputado conservador Alberto Viñas, director de la Penitenciaría, el subprefecto David Uriburu, el comisario inspector Vaccaro y el jefe del penal, Raúl Ambrós. El oficial del ejército opositor al régimen, Gerardo Valotta, vio­lentamente torturado, refiere bajo juramento las infamias que debió soportar en la Penitenciaría. Recuerda entonces: "Estaba mi cuerpo atado por un piolín grueso y fuerte, que pasando por abajo de mis piernas, por la cintura, por el pecho, por la gar­ganta y por la frente, como un lazo, me unía los brazos por detrás de la silla a un extremo corredizo. Tirado por éste, im­primían a voluntad tensión a las ligaduras".
Conocemos otros nombres de las víctimas: Emir y Amílcar Mercader, el general Baldassarre, los anarquista Di Giovanni y Scarfó (fusilados luego de sufrir castigos inauditos), Eduardo Bedoya, decenas, en fin, de anónimos obreros y mi­litantes sociales. A Cristóbal Bianchi, socialista, le fracturaron a golpes dos costillas. El estudiante platense de ingeniería Nés­tor Jaúregui acusa de manera directa a Leopoldo Lugones hijo, cuya actitud expone:

"La orden del señor Leopoldo Lugones fue la siguien­te: Ya saben, si dentro de cinco minutos no cantan, pro­cedan como siempre, y a mí me dijo amablemente que de ahí iba, como todos, directamente al hospital. Se retiró, por­que según oímos después de su boca, Schelotto, Luinazzi y yo, él no era capaz de torturar, pero —y aquí el énfasis— es muy capaz de mandar a torturar."

Una actitud, sin duda, similar a la observada con los castigos que en el siglo XVI ordenan aplicar los sacerdotes a los indígenas, y a la de Hernandarias de Saavedra a comien­zos del siguiente. Un déspota, decíamos, que no se anima a encarar frente a frente a la víctima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario